Energías Electromagnéticas
- Serdaniol
- 5 nov 2023
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Hace unos años tuve unos dolores de cabeza intermitentes que no podía explicar. Con el tiempo llegué a la conclusión que eran causados por una antena de onda electromagnética de gran tamaño que habían colocado en una azotea próxima. Así pues, comencé a informarme sobre el asunto. En aquel tiempo y, aparte de mis ocupaciones habituales, estaba en la radio y participé en un programa de Radio Cunit denunciando que las ondas electromagnéticas afectaban a los seres vivos y de los peligros que supone su uso. Aporté toda la información que pude averiguar. Como en general los oyentes suelen hacer más caso a fuentes oficiales, investigué sobre este tema en universidades (generalmente fuera de España) y observé que existían informes que apoyaban tales desequilibrios, mientras otras lo negaban, en directa dependencia de quienes financiaban los estudios. Lo que recuerdo es que los dolores intermitentes parecían aumentar en intensidad y en frecuencia, a lo que decidí subir a menudo a la azotea de mi edificio, dándome cuenta que habían instalado más antenas, sobre todo en hoteles y otros edificios cercanos, en especial una grande y con elementos peculiares. Su potencia parecía ascender en intensidad. Más cierto tiempo después, parecieron disminuir. Creí entender entonces que mi cerebro pudo haberse

acostumbrado a esa magnitud de frecuencia de onda. En esa época se comenzó a hablar del 5G, pero pienso que –en realidad– ya estaba en uso. Debido a mi interés, no solamente en la historia y la lengua antigua, sino en otros aspectos relacionados con la naturaleza, fui a comprobar in situ que pocos insectos parecían soportar esas ondas, en particular los que llevan antena o algún sistema de comunicación por el aire. Me refiero a que, en el campo o montaña, en donde existen algunas antenas colocadas, se producía -particularmente- en la zona que conforma la dirección o potencia de la antena, una desertización de ese tipo de insectos. Eso explicaría, entre otras causas, su acelerada extinción. Algo parecido al sónar militar en los océanos, asociado con la pérdida de audición, varamientos masivos e interferencias comunicativas entre ballenas, por ejemplo. Se trata de su orientación, de sus desplazamientos y también de no pocos mamíferos o aves migratorias que estarían implicados por la alteración del campo electromagnético terrestre. Además, caí en la cuenta de que los campos naturales electromagnéticos de la Tierra podían –con toda probabilidad- estar afectados por la generación artificial de esta onda. Ya en 2010 había personas que exponían estos hechos, como siempre, fuertemente criticados. Es decir, se expone y así lo creo, que la causa principal de las alteraciones climatológicas es la afectación del campo natural electromagnético de la Tierra por causa de su masiva emisión artificial y de las ondas Haarp. Mientras tanto y en mis frecuentes viajes en transporte urbano por el metro de Barcelona observaba como lenta, pero inexorablemente, el número de móviles crecía y las personas no dejaban de observar sus pantallas. Usando las explicaciones de un amigo,

ingeniero, me explicó que, en ciertos casos, se trata de la Energía Electromagnética Secundaria. Ésta, por la cual, los mayores se quedan irremediablemente dormidos delante de la televisión (sea cual sea el canal y programa) y, cuando la apagas, se despiertan de golpe protestando. A lo que, al volver a conectarla, vuelven a dormirse. Bueno, claro que se podría argumentar –no sin razón– que la televisión es muy aburrida y sistemática, y que provoca un adormecimiento profundo. Aún así, el tema va mucho más allá. Hago referencia a una cuestión en la que se ha dedicado durante años una parte de la ciencia en psiquiatría y el estudio de los electroencefalogramas (EEGs) en el sueño y en la función cognitiva. Lo que producimos son actividades eléctricas corticales que se expanden hacia el cuero cabelludo y al exterior. Nosotros emitimos ondas y las recibimos. Pensemos que, para detectar esas corrientes y energía, los dipolos que se conectan a la cabeza en el estudio electroencefalográfico han de aumentar la señal en un millón de veces. Sin embargo, se entiende que las neuronas, como parte de su actividad metabólica funcional producen energía eléctrica y se considera que, si todas las neuronas fueran sincrónicas, el conjunto podría fácilmente iluminar una bombilla de 70 w. Así, el cerebro no para de generar y recibir constantes estímulos eléctricos. De hecho, existen variantes en función de si está muy activo o no. En un estado ocupado se generan las denominadas frecuencias beta que son bajas en amplitud, pero las más rápidas que emite el cerebro. Su abanico está entre los 13 y los 40 hercios por segundo. Las frecuencias alfa se caracterizan por ser un poco el contrario, se identifican con la relajación. Su frecuencia se halla entre los 8 y los 12 hercios por segundo. Las theta están entre los 4 y los 8 hercios y son más lentas, aunque poseen una mayor amplitud; soñar despierto, por ejemplo, o monotonía en una actividad, tareas automáticas que nuestro cerebro asume sin tener que usar un potencial más alto. Por último, tenemos que tratar las frecuencias de onda delta, aún más lentas, pero todavía de mayor amplitud. Se hallan entre 1,5 y 3 hercios por segundo. Es en esa frecuencia cuando ya casi nos vamos a la cama. Al soñar, lo hacemos en ciclos de 90 minutos y se produce cuando las ondas delta aceden a las theta. El sueño llega a ser vivencial en esos momentos para nosotros. Un detalle característico es el movimiento rápido de los ojos y párpados conocido el todo por el periodo REM. La cuestión es que esas ondas interactúan con las artificiales. Eso significa –ni más ni menos– que trabajan en la misma frecuencia de onda y, por tanto, pueden influir en el cerebro y con varios propósitos, lo que da que pensar, pues al manifestarse el ser humano como un ente electromagnético más que electroquímico, puede interferir en los pensamientos, los sueños, los niveles energéticos, la apatía y el cansancio, en la telepatía –si uno lo considera–, etc. Pero si pueden interferir en nuestro cerebro de algún modo, ¿nos pueden llegar a manipular?
Pero volviendo a nuestra amada Tierra y a la cuestión del calentamiento global, se nos dice constantemente que su causa es, mayoritariamente el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, ozono y otros gases, aparte de la contaminación del suelo, etc. No lo pongo en duda, aunque curiosamente, la emisión de campos electromagnéticos se está produciendo a una gran velocidad, mucho más rápida de lo que fue la Revolución Industrial del siglo 19, y a pesar de que estos últimos parecen estar sometidos ahora bajo vigilancia, la emisión de los primeros está en libre ascenso, pero ambos y, esta es la cuestión, son capaces de

alterar el equilibrio electromagnético terrestre y alterar el campo electromagnético significa calentar «el ambiente», trasciende en la vida orgánica, debido a la sensibilidad electromagnética de los seres vivos, lo que incluye a los humanos. Como siempre, los estados y poderes públicos y privados, confabulados con las empresas de telecomunicaciones, son los causantes de tales alteraciones. El objetivo es claro, crear una estructura tecnológica, eminentemente electromagnética (Sociedad de la Información), ganar millones y ... ¿controlar al ser humano, el clima? Coincide el gran ascenso de las

temperaturas globales con la instalación de las primeras redes de antenas en el mundo, desde mediados del siglo pasado, pasando por los años 80, creando campos radiantes de alta intensidad que destruyen o anulan los campos electromagnéticos naturales, llamados Geocampos. Así mismo, es necesario comentar aquí que las manipulaciones atmosféricas son un objetivo militar, a pesar de que los propios gobiernos lo desmientan. Ya se utilizó en la guerra de Vietnam con el Proyecto Popeye. Luego, en el Proyecto Haarp y en el SDI, por lo poco que se conoce, pues suelen ser secretos. El campo magnético de la Tierra está en peligro, produciéndose agujeros en la ionosfera por la acción de las ondas de alta energía. Posiblemente también el cambio de polo magnético y, desafortunadamente, puede derivar y, de hecho, pienso que ya lo está haciendo, en ciertos efectos biológicos en el cerebro humano y por supuesto, en la salud. ¿Qué ocurriría si el campo magnético terrestre se alterara? ¿O desapareciera? Se expondría la vida a grandes niveles de radiación cósmicos, aparte de freír literalmente todos nuestros aparatos. ¿Podría producirse una inversión de campo temporal, como los referidos hoy como Evento Laschamp ocurrido hace unos 41.000 años, según la interpretación de los científicos? Sin embargo, no había fuentes artificiales de electromagnetismo en aquella época. Hizo falta algo más. Así mismo, cualquier tipo de evento de este tipo induciría a pensar que, precisamente, la datación geológica basada en las técnicas actuales podría ser más que dudosa, debido a la propia naturaleza perturbadora geológica y atmosférica de ese evento radiante, cosa de lo que nunca se habla. Tampoco explicaría ese incidente los extraños comentarios en libros antiguos: «el sol amanecía por un lugar distinto del que lo hace ahora», «las tierras se separaron», etc.

¿Y que hay de la Luna? Por lo que ahora se descubre, nuestro satélite está rodeado de un escudo eléctrico y, dicho escudo, parece acumular energía cuando la Tierra lo protege del sol durante la luna llena, es más, posee una tenue o débil y rara atmósfera, conocida como exosfera. Sin duda, el plasma lunar se intercambia con el de la Tierra, lo que provoca cambios e intercambios observables de corrientes eléctricas. Entonces, la Luna es un receptor-transmisor, un mensajero. Al igual que las mareas se elevan, viajan los iones hacia ella y al hacerlo en el vacío, su velocidad es enorme. Concluyentemente, La palabra ion tiene su origen en el vocablo griego –de origen Elengoa– «ἰών» que traducen ahora como «que va». El término fue introducido por primera vez en el Siglo XIX de la mano del químico Michael Faraday. Así, la luz visible, infrarroja y ultravioleta; las ondas de radio, las imágenes, son captadas por la Luna en su recorrido circulatorio alrededor de la Tierra. Luego, se da por seguro que la luna no posee luz propia. Que sólo se debe al reflejo de la luz del sol que golpea la superficie de la luna y la hace brillar en la noche, pero –precisamente– es esa tenue atmósfera, su carga eléctrica, la que aumenta en intensidad.
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